martes, 25 de marzo de 2014

Destino irremediable...


Siempre me he considerado un hombre valiente, desde el primer hasta el ultimo día de mi vida, pero esto me superó, nunca quise participar en esta guerra, ni  vivir la muerte en primera persona.

En estos momentos soy un hombre condenado a morir, muchos podrían decir de esto que soy  un cobarde, que he deshonrado a mi patria, pero en estos momentos lo que menos me preocupa es que mi nombre sea recordado como el de un traidor.

No quiero morir, no quiero que mis hijos crezcan sin un padre, ni que mi mujer se quede viuda tan joven, porque lo único que me mantenía vivo en la batalla eran sus cartas, esas palabras de cariño me salvaron la vida, esas que decían que esperaban ansiosos mi vuelta cuando todo esto pasara, y ahora, cuatro años más tarde, tras haber sobrevivido en las trincheras, algo prácticamente impensable para los que combatíamos en primera línea, moriré fusilado.

Desde que mis compañeros y yo conocimos el veredicto del tribunal, lo único que he escuchado han sido sollozos, no puedo negar haberme echado a llorar en varias ocasiones, pero no hay nada que hacer, mi destino es irremediable.

Solo queda una hora, la cuenta atrás ha comenzado, se me pasan por la cabeza todos mis recuerdos; mi niñez, el momento en que conocí a mi mujer, el nacimiento de mis dos hijos y el palpitar de mi corazón cuando vi a los soldados cruzando el umbral de mi puerta, y desde ahí, todo esta borroso, mis recuerdos no son nítidos. Creo que mi subconsciente no quiere que sean los últimos recuerdos de mi vida, en el fondo pienso que es mejor no recordar.

Un soldado llega para conducirnos a nuestro final, al cruzar la puerta por la que se accede al patio, nos colocan en fila, atados y los soldados empiezan a tomar posición. El general se aproxima con unas vendas negras en las manos, la mayoría de mis compañeros prefieren no poder ver como se acerca su muerte, pero yo decido no aceptarla, quiero poder sentir como la luz del sol penetra por cada poro de mi piel.

El general lee en voz alta los cargos, los soldados apuntan preparados a la señal, que no tarda en llegar, y justo en ese instante…¡Suena el despertador!, otro lunes mas que llegare tarde al instituto, no me puedo creer que me haya quedado leyendo hasta tan tarde, era inevitable meterse en la piel del personaje, puede que incluso lo hiciera demasiado.
 
 
Celia Pérez
4º de ESO
Colegio Santo Domingo

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