Siempre me he considerado un hombre valiente, desde el primer
hasta el ultimo día de mi vida, pero esto me superó, nunca quise participar en
esta guerra, ni vivir la muerte en
primera persona.
En estos momentos soy un hombre condenado a morir, muchos podrían
decir de esto que soy un cobarde, que he
deshonrado a mi patria, pero en estos momentos lo que menos me preocupa es que
mi nombre sea recordado como el de un traidor.
No quiero morir, no quiero que mis hijos crezcan sin un padre, ni
que mi mujer se quede viuda tan joven, porque lo único que me mantenía vivo en
la batalla eran sus cartas, esas palabras de cariño me salvaron la vida, esas
que decían que esperaban ansiosos mi vuelta cuando todo esto pasara, y ahora,
cuatro años más tarde, tras haber sobrevivido en las trincheras, algo
prácticamente impensable para los que combatíamos en primera línea, moriré
fusilado.
Desde que mis compañeros y yo conocimos el veredicto del tribunal,
lo único que he escuchado han sido sollozos, no puedo negar haberme echado a
llorar en varias ocasiones, pero no hay nada que hacer, mi destino es
irremediable.
Solo queda una hora, la cuenta atrás ha comenzado, se me pasan por
la cabeza todos mis recuerdos; mi niñez, el momento en que conocí a mi mujer,
el nacimiento de mis dos hijos y el palpitar de mi corazón cuando vi a los
soldados cruzando el umbral de mi puerta, y desde ahí, todo esta borroso, mis
recuerdos no son nítidos. Creo que mi subconsciente no quiere que sean los
últimos recuerdos de mi vida, en el fondo pienso que es mejor no recordar.
Un soldado llega para conducirnos a nuestro final, al cruzar la
puerta por la que se accede al patio, nos colocan en fila, atados y los soldados
empiezan a tomar posición. El general se aproxima con unas vendas negras en las
manos, la mayoría de mis compañeros prefieren no poder ver como se acerca su
muerte, pero yo decido no aceptarla, quiero poder sentir como la luz del sol penetra
por cada poro de mi piel.
El general lee en voz alta los cargos, los soldados apuntan
preparados a la señal, que no tarda en llegar, y justo en ese instante…¡Suena
el despertador!, otro lunes mas que llegare tarde al instituto, no me puedo
creer que me haya quedado leyendo hasta tan tarde, era inevitable meterse en la
piel del personaje, puede que incluso lo hiciera demasiado.
Celia Pérez
4º de ESO
Colegio Santo Domingo
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