martes, 18 de marzo de 2014

Confianza en la humanidad





Hola me llamo Chloé, tengo 15 años y vivo en París. Aquella mañana me tocaba ir a como cada día al instituto. Cuando llegué acudí como siempre a mi clase de Ciencias Políticas, que no agradaba demasiado a mis compañeros ya que yo era la única mujer. Todos me trataban con indiferencia, sin respetarme pero aún así yo continué dando mi opinión y luchando por mis derechos. Nadie me respetaba excepto él, aquel chico tímido de la última fila, ese muchacho rubio, de ojos azules que pasaba las horas con su soledad. Yo por ser la única mujer y él por ser una persona diferente, ambos éramos los bichos raros de aquel instituto. Un día me armé de valor y empecé a hablar con él pero cuando abrió la boca supe por qué siempre estaba solo. Era ruso y no hablaba francés, pero eso a mí me daba igual. Ahora entendía por qué siempre estaba apartado del resto, no sólo era por no hablar francés sino por ser ruso, esos hombres que tanto daño estaban haciendo a Francia. Aquellos guerrilleros que habían matado a mi hermano Christophe, pero eso no me impidió seguir enamorada de él. Cada vez nos veíamos más, incluso conseguí enseñarle a hablar francés. Estaba muy feliz, pero mi felicidad pronto se ennegreció como el cielo en un día cubierto de invierno. Mi amado se había ido a luchar contra mi país, a favor de los rusos. Me hizo mucho daño, más del que nadie pueda imaginar, pero no estaba dispuesta a perderle por una estúpida guerra así que decidí irme de París, dejarlo todo e irme con las enfermeras voluntarias de la Cruz Roja para encontrarle. No me fue fácil, pero yo no me di por vencida. Llegamos a un pueblo, cerca de la frontera con Bélgica, con muchos heridos que necesitaban ayuda. Aquel lugar era horrible, todos aquellos hombres ensangrentados con las tripas fueras, heridos de bala o enfermos por la miseria de las trincheras. Un panorama desolador. Estaba a punto de curar a mi primer herido cuando fuimos asaltados por una banda de rusos guerrilleros. Me escondí bajo una cama para que no me encontraran, pero consiguieron verme. Lo último que recuerdo es su mirada profunda, su cara llena de sangre y su pistola en mi cabeza. Trato de pensar que no sabía lo que hacía pero me es imposible pensar que el amor de mi vida me había disparado. ¿Cómo vivir con ello? Eso no era lo importante, lo importante era sobrevivir. Marie, una de mis compañeras consiguió un traslado muy rápido hacia París para curarme. Tras numerosas operaciones, conseguí vivir, pero ¿a qué precio? Gracias a él, ahora soy parapléjica, no le guardo rencor, pero me  gustaría que pudiera saber lo que me hizo aquella tarde de mayo, aquella fatídica tarde de mayo.
Esto es sólo un relato, solo uno de tantos que quedaron en el olvido. Situaciones como estas han de recordarnos que las Guerras, no son la solución, solo traen muertos y desgracias, conflictos, sangre y tristeza. Pero parece que eso no sirvió, porque después de este conflicto apodado la Gran Guerra, vino otra aún peor.
Solo espero que esto no vuelva a pasar, solo me queda poner confianza en la humanidad y luchar por la paz.

Sara Fernández Álvarez 3º ESO

No hay comentarios:

Publicar un comentario